PRESENTACIÓN
Selina Hamilton Monteverde, mi abuela paterna, madre de ocho varones, ocho hermanos siempre unidos.
Querida por sus hijos ¡Qué digo querida, adorada por todos ellos!
Persona discreta, silenciosa y entregada a
su marido y sus hijos. Jamás se quejó de nada ni por nada y eso que tuvo ocasiones para hacerlo
y muchas. Que los tiempos que vivió fueron difíciles, muy difíciles para
ella y para todos.
Pues bien, aquí arrancan las páginas familiares de los Serra-Hamilton y esta es
una estampa muy especial de la unión de dos familias en el matrimonio sobre el que gira
toda esta historia porque es la
fotogría del primer fruto del matrimonio de un Serra y una Hamilton.
Selina la joven y bella esposa del apuesto Wenceslao
Serra Lugo-Viña, tiene con ella al primer hijo: Carlos.
No iba a estar mucho tiempo solo Carlos,
tras él irían llegando otros siete varones, todos varones: Pablo, Alberto, Fernando,
Luis, Wenceslao, Hugo y Rafael, hasta llenar la casa de Hermosilla en invierno
y la de Meco en verano.
Aunque la foto está recortada, porque, en realidad, son dos los niños que
tiene consigo Selina, Carlos de pie, con faldones, y Pablo, todavía en brazos
de su madre.
Ya son cuatro los hijos y los padres están orgullosos de haber alcanzado (sin saberlo)
el ecuador de su familia.
Como prueba del rápido aumento de la familia tenemos otra imagen, tomada en casa de
Felix Herrero e Isabel Serra, el mismo día en que se hizo otra que está en la página
Agenda, al matrimonio posando muy compactamente con
los cinco primeros, Carlos, Pablo, Alberto, Fernando y Luis.
Unos años después, el matrimonio ya podía fotografiarse con los dos penúltimos:
Wenceslao y Rafael. Todavía quedaba uno para completar la familia
Por fin ya están todos juntos en los escalones de la casa de Meco.
Dos padres y ocho hijos en la total y momentánea armonia que la foto exige. El jaleo de todos
los días comenzaría después, cuando se pusieran a jugar los menores, pero se solucionaba
con
una voz: ¡Luis!, porque normalmente a Luis le atribuían la responsabilidad de todo lo
malo o posiblemente malo, si era él, se pararía la acción a corregir y si no era él el
responsable, ya se encargaría de que cualquiera que fuera el responsable no repitiese
el error castigable, por la cuenta que le traía no provocar el castigo correspondiente.
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