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Alberto se casa

Tras diez años de noviazgo llega el día de su boda, un día en el que todo se va a desarrollar como en una película de misterio, con aire de ser un mal sueño, casi una pesadilla. Ese día los hechos se sucederan léntamente, sobre un fondo de angustia, con el temor de ser vistos, de ser descubiertos haciendo algo que no está expresamente prohibido pero que puede ser definitivamente castigado. Elisa y Alberto tienen que celebrar su boda en clandestinidad, porque hacerlo por la iglesia puede ser considerado como un crimen.

Estamos en 1936, la guerra civil ha comenzado. En la calle de Claudio Coello hay una iglesia que se ha salvado de asaltos e incendios. Es San Luis de los franceses, protegida por la embajada de Francia, como lo está el cercano hospital del mismo nombre, situado una calle más arriba, en Lagasca, en donde un tío de Alberto, Eduardo Agustín y Serra, será ingresado un año más tarde con nombre falso para salvar su amenazada vida, pero esta es otra historia familiar.

Elisa y su madre entran en la iglesia. Intentan estar tranquilas y van vestidas de calle. Alberto está esperando fuera, en la calle, más nervioso que de costumbre; deja transcurrir unos diez minutos; después entra sin prisas en la iglesia, mirando disimuladamente a los lados para asegurarse que nadie lo ha visto, para comprobar que no hay vigilancia. Dentro ya, se acerca al altar, el sacerdote celebra el matrimonio y, sin más, los recién casados se van sin llamar la atención. Allí no ha pasado nada raro. Llegan, como una pareja corriente a la casa de los padres de Elisa y ahí se instalarán hasta que las cosas cambien, que no están las cosas como para alquilar un piso así, de pronto, sin dar explicaciones.

 

Ese día Alberto y Elisa se sientan a la mesa con Carolina y Agustín y comen lo que hay: repollo. No hay más la celebración, que no había nada más en la mesa porque ya se había declarado la guerra y comenzaban a escasear los alimentos. Por otra parte, lo más prudente era mantener fuera de la vista lo que se hacía, decía y opinaba en una casa, porque las paredes tenían oídos y no era bueno incurrir en actos sospechosos. Así que, en lugar de una fiesta de familia, se guardaban las apariencias con una comida forzadamente rutinaria, para evitar sospechas, y con la esperanza puesta en que esa angustiosa situación de recelo a todo y a todos terminase pronto y se pudieran volver a vivir los días y las noches sin más temores que los hacer frente a las obligaciones de una familia.

 

    

 

LA FAMILIA YA ESTÁ EN MARCHA

    
    

En 1939, "Año de la Victoria" según la denominación oficial, no solo termina la guerra civil el 1 de abril en Madrid, último reducto del Frente Popular, en donde se había complicado la situación al mantenerse dos frentes: el "de siempre" contra las tropas nacionales y el otro, la abierta lucha a muerte entre facciones opuestas: los comunistas, con la consigna de seguir combatiendo hasta que estallase la inminente guerra europea; y la coalición de socialistas y anarquistas, al mando del coronel Casado, que trataba de poner fin a tanto dolor y destrucción.

Pues bien, en ese año de alegría para, al menos, la mitad de la población de Madrid, al borde durante años de la delación y la muerte nocturna, el fin de la guerra es un acontecimiento. Para Elisa y Alberto, el nacimiento de su primera hija, bautizada como María Victoria para completar el feliz recuerdo, es el remate de la alegría y ahora pueden demostrarla abiertamente.

Tras tantos días de recelo y temor, Alberto, que como aparejador ha trabajado en las construcciones militares del perímetro defensivo de Madrid y, como persona firme y decidida en sus ideales ha pasado toda la información disponible a sus enlaces en la resistencia, con permanente riesgo de muerte , en 1939 no puede pedir más a la vida, se han acabado las zozobras, se encienden de golpè y para siempre las luces y se recupera la ilusión de vivir.

El final de la guerra y el nacimiento de Maria Victoria fueron también motivo de gran alegría para la abuela Selina que ¡por fin! tenía su primera nieta, una niña en sus brazos, después de haber tenido sólo chicos, uno tras otro.


Por cierto, después de la guerra, Alberto recibió esta condecoración, la Medalla de la campaña 1936-1939, como reconocimiento de su condición de combatiente en el frente, con la cinta roja y gualda con cantos negros que lo acredita.
A la izquierda la medalla con su cinta y a la derecha, detalle del anverso y del reverso.

    

La Medalla de la Campaña se creo por OC de 17 de Octubre de 1937, BOE n.362, aunque ya se preveia en el Reglamento de recompensas para tiempo de guerra, Decreto de 26 de Enero de 1937, BOE n.99.

La Medalla es circular pavonada en azul oscuro mate con aplicaciones de oro. En el anverso, un león, una cruz laureada y la leyenda "17 de Julio de 1936" . En el reverso, el aguila, el yugo y las flechas y un casco y las leyendas "Arriba España" "Generalisimo Franco Victor, Una, Grande, Libre, Imperial".

La cinta es rojo y gualda con cantos negros para el frente y verdes para la rataguardia.


    
    

El reinado en solitario de la primera niña Serra iba a durar un par de años, porque el segundo hijo estaba en este mundo en 1941 bajo el nombre de Alberto. De todas formas, durante muchos años Mariví siguó siendo la única niña de la familia. Fue el tercer nieto de Selina y nacerían otros dos nietos varones más antes de que llegara Alberto a ocupar el sexto puesto de la nueva tanda de serras, cuya "clasificación", por orden de llegada al mundo fue la siguiente:

  1. . Carlos Serra Solís (11-3-36)
  2. . Josechu Serra Marcet (27-7-36)
  3. . Mariví Serra María-Tomé (1939)
  4. . Pablo Serra Marcet (25-3-1940;
  5. . Rafael Serra Solís (16-5-1940)
  6. . Alberto Serra María-Tomé (6-1-1941)

Es decir, hasta la fecha sólo habían "saltado al campo" de la paternidad los tres hermanos mayores y quedaban otros cuatro en la reserva, esperando que se dieran las condiciones apropiadas para contraer matrimonio, empezando por conseguir casa, lo que entonces era todavía más complicado que ahora y eso que casi ni se pensaba en comprar una vivienda, las que habían eran de alquiler ¡pero eran tan pocas! la guerra había asolado barrios enteros y la construcción no tenía ni fuerza, ni recursos.

    
    

  

Para 1942 ya tenían Elisa y Alberto una nueva alegría, su primer varón: Alberto y un juguete con movimiento y sonido para Mariví, que así se había quedado simplificado el nombre de la hija mayor.

A pesar de la aparición del hermanito, Mariví seguía siendo la niña de la casa, con todas las ventajas que ello suponía, aobre todo el que su madre confiase automáticamente en ella, así que la podía tener a su lado y hacer punto para vestir a los dos hijos, sin miedo a que le deshiciera la madeja o le destrozara el punto, algo que cualquier niño del mundo puede hacer en un abrir y cerrar de ojos y sin haber practicado antes.

    
    

Alberto, por su parte, tenía el privilegio de visitar cuanto quisiera las obras de la pétrea casa de Cercedilla que su padre había proyectado y estaba construyendo para dar cobijo en los largos veranos de entonces a la todavía reducida familia.

Hasta se podía subir en la moto, que para eso era un hombre, sin que le llamasen la atencion, al menos mientras un mayor estuviera vigilando, no fuera que terminasen moto y Alberto por el suelo.

También gozó Alberto de un par de años de dominio familiar, como lo había disfrutado Mariví, sólo que en el más restringido apartado de "varones" pero, claro, esta supremacía era demasiado buena para durar toda la vida y en otros dos años, en 1943 hubo una novedad en las filas con la oportuna reestructuración familiar de importancia.

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Alberto está triste y no es extraño que lo esté, ahora su mamá no le hace ni pun de caso y, encima, se pasa el día y la noche con el recién nacido al que llaman Eduardo. No comprende el pobre chico por qué mamá disfruta tanto y tan en voz alta del nuevo hermanito que maldita la gracia que tiene. Ese crío llorón es ahora el más bonito, el más mono, el más de todo y eso no hay quien lo aguante. Es natural que Alberto esté triste, los mayores no saben comportarse.

 

Pero hasta los disgustos y los celos se pasan con el tiempo y enseguida los tres hermanos pasan a ser inseparables, por lo cuando no se pelean y se pegan, siempre en orden descendente, claro.

 

Hasta su padre les saca a jugar y a fotografiarse en un Madrid nevado que no son muchas las veces que ocurre tan fantástico acontecimiento para los niños y sus padres, aunque lo disimulen.

 

Hasta 1946 no hay novedades, entonces aparece el tercer varón y cuarto hijo de la familia que Elisa mira arrobada y es que la criatura no es para menos. Así que todos reunidos festejan al nuevo hermano Javier, salvo Eduardo, que sabe que sus tres años de supremacía rubia han pasado a la historia.

Lo que si está claro es que la casa de Cercedilla los acoge a todos por igual...

... grandes y pequeños y Elisa los protege del sol con estos soberbios sombreros anti-agosto.

También 1946 es año de malas noticias, porque Selina muere de una pulmonía que no se consigue curar ni con la penicilina que se puede comprar a precio de oro en el mercado negro y que hay que inyectar cada tres horas, en una dura carrera contra la muerte en la que el ser humano suele quedar segundo. Mariví acompaña a su padre, que lleva su luto en el corazón y también en el brazo izquierdo, el que está más cerca de él.

Y Carlos apareció de repente, montado sobre "Piquito". Bueno, no es del todo cierto, en realidad Carlos nació más pequeñito, pero siendo el quinto ya no hay fotos en solitario...

... pero no faltaban las de grupo y este es el grupo, definitivo, de los tres más pequeños...

... siendo Carlos y Luis los que verdaderamente completaban la media docena de hermanos que terminó por abarrotar la casa de Cercedilla.

    

  

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