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Luis, nacido en Gerona un 21 de enero de 1911, tuvo la mala suerte de ser el cuarto de los hermanos, que esa cuarta posición no iba a ser nada buena porque se quedaría embutido en medio de los ocho hermanos, junto a Fernando y, además, nació junto a tres rivales anteriores que disputarían constantemente, sin proponérselo, el cariño de una madre que ya debía tener ocupación suficiente con Carlos, Pablo y Alberto. Lo curioso de esa fecha de nacimiento es que también su padre había nacido un 21 de enero, aunque se había adelantado 34 años para tener la edad necesaria de ser capitán y padre de cuatro varones, seguramente para desesperación de una madre joven que tendría siempre la secreta esperanza de ver aparecer una niña al menos en esa incesante riada de niños.
El día 30 de enero se bautizó a Luis, teniendo de padrinos a sus tíos Eduardo Serra Lugo-Viña y Luisa Hamilton Monteverde, También un 30 de enero, veintiseite años atrás, había muerto su tía abuela Justa Serra y Rivero. Lo que no se podía adivinar era que cuatro años después, nacería también en un 30 de enero el sexto hermano, Wenceslao; podría decirse que siendo tantos en la familia, no es de extrañar que todas las fechas estuvieran ocupadas, pero no es así, basta con echar un vistazo a la minúscula Agenda de la abuela, para comprobar que han quedado muchas de sus hojas en blanco.
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Este el buen Luis, posando en solitario para la posteridad. Y eso que todavía no sabía que aparecería Internet un
dia bastante lejano y él se exhibiría así, públicamente, a todo el Universo que quisiera asomarse a su página, con
lo mucho que él iba a disfrutar disfrazándose.
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Y esta es una preciosa imagen de Selina con sus cuatro primeros hijos, debe ser en la primavera de 1911 y es la primera imagen de Luis, en brazos de su niñera. En la foto, de izquierda a derecha tenemos a Salina, Alberto, Luis con la niñera, Pablo y Carlos. Carlos tenía poco más de cinco años, Pablo iba a cumplir cuatro en un par de meses y alberto tenía sólo dos años, porque habían nacido con perfecta regularidad, Carlos en 1905, Pablo en 1907, Alberto en 1909 y ahora Luis, en 1911.
Con más detalle vemos en esta ampliación de la anterior fotografía a Luis, con su la niñera sujetándole la cabeza, embutido en un elegante faldón, tal vez el de cristianar, y a Selina en una imagen de total esplendor bajo ese grandioso sombrero digno de tan elegante composición familiar.
Ese mismo día, los tenemos a todos paseando por el mismo jardí:n y Luis sigue en brazos del ama. |
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Con la llegada de Fernando pasa a ser el penúltimo, pero al menos en esta imagen en el jardín de Meco tenemos a Luis
al lado de su madre, en la mejor posición, casi como favorito entre los cinco hermanos Serra Hamilton.
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Más elegante todavía, con chaleco de fantasía, plastrón, cuello duro, sombrero y bastón, en el papel de un gnomo de lujo. Tal vez sea lo más natural, con todos estos disfraces tempranos, que Luis se convirtiera en un amante de los carnavales y que desde la ventana de la casa de Hermosilla 12, Selina viera horrorizada, años más tarde, como su colcha favorita se había convertido en un ropón que arrastraba precisamente su hijo Luis por la calle, en pleno arrebol carnavalesco.
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Como el retiro estaba cerca de casa, a media docena de manzanas, no era raro encontrarlos allí jugando, aunque en esta ocasión, en la que están todos y tan pulcros, no era simple casualidad, la cosa es que aquí están todos juntos y el año de la foto debe ser 1923, o 24 cuando Luis, sentado entre los dos mayores, tenía 12, o 13 años.
De estudiante en los agustinos de El Escorial, junto a un compañero que también lleva los bombachos reglamentarios de la época y que conste que se llevaban en esa edad indefinida entre la pubertad y el fin de la adolescencia, no porque fueran a jugar al golf, que los agustinos no eran precisamente un juego.
Por esa misma época, en 1926, ya con 15 años de edad, Luis pasa por el estudio fotográfico y nos deja este retrato solemne junto al de sus hermanos, que también pasan por el mismo proceso, afortunadamente, puesto que dejan su imagen eternamente congelada de aquel año de 1926.
En el estanque del retiro, joven y feliz y con la chaqueta al brazo en un día soleado de primavera.
Una imagen de película, a caballo con guitarra, como los mejores "caballistas" de las películas por episodios del momento.
Los siete hermanos solteros, reunidos en el verano de 1935 en Las Navillas. |
ESPAÑA EN GUERRA |
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No mucho después, ya terminado el bachillerato, Luis entra en la Facultad de Medicina, una carrera que verdaderamente le apasiona, pero no va a ser suficiente la pasión, las cosas se van a poner cuesta arriba, primero es la muerte del padre, en 1934, el mismo año en que tiene lugar el intento revolucionario de Asturias, después de terminarse ese episodio terrible, la inquietante situación política se va degradando.Los desmanes y asesinatos sectarios jamás reprimidos por el Gobierno de la III República, hacen que se produzca la reacción de un alzamiento militar que no consigue una rápida solución, sino que pasa a ser una cruel guerra civil que durará 30 meses largos y en la que intervienen directa o indirectamente demasiados países y todos ellos se verán envueltos un año después de terminar éste enfrentamiento entre hermanos en la que va a ser la Segunda Guerra Mundial, abierta sobre las heridas que dejó la primera mal curadas, pero ampliada por pretensiones de dominación no sólo en Europa, sino en también en África, Asia y Oceanía. Tan solo cuatro naciones quedarán fuera de esa guerra en Europa: España, Portugal, Suecia y Suiza,
Ante el monumento a Santiago Ramón y Cajal, obra de Victorio Macho, inaugurada en 1926 en el paseo de Venezuela del parque del Retiro. El monumento a Cajal, en el reverso del billete de 50 pesetas de 1935 Es lógico que eligiese para su foto el soberbio grupo escultórico dedicado a Cajal, porque representa lo mejor de la investigación médica en España y la medicina era su pasión, aunque la terrible realidad iba a cercenar en buena medida su ilusión de ser médico. Luis estaba en tercer curso de Medicina y no era ajeno al mundo convulso en el que vivía. Además, siempre lo fue, era una persona comprometida y fiel a sus principios. A partir de 1931, lo que apareció como una esperanza de renovación, la república que se empieza a construir desde el 14 de abril, pasa de ser un prometedor proyecto de cambio para todos a convertirse en una lucha constante de banderías que niega a la mitad de la sociedad sus derechos y hasta sus ilusiones. La situación de revuelta constante, la escalada de provocaciones, incluso de delitos disfrazados de acciones políticas y la llegada de los asesinatos impunes como norma, hace que la sociedad se rompa en facciones enfrentadas sin visos de un arreglo que tampoco el poder desea, porque insiste en hacer una revolución, al modo de la soviética, que todavía se creía positiva y humana. |
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Los cuatro Serras en armas vistos por Wenceslao en 1938: Wenceslao, Hugo, Rafael y Luis |
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A modo de buen pastor tenemos a un Luis sonriente, todavía con el uniforme que llevó durante la campaña. |
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Selina con Luis y Wenceslao, de uniforme, esto sí que es motivo de orgullo para una madre.
Es otoño del 1939, a la caída de la tarde, y la guerra ha terminado. Luis de paisano y con el brazalete de luto. al igual que Wenceslao, con su madre, Hugo, de uniforme y con un banjo, y uno de los tres sobrinos entonces existentes, Carlitos, posando sucesivamente ante la cámara que maneja primero Selina y después Wenceslao. Por lo que se ve alrededor, están los cinco en la terraza de un edificio hoy desaparecido de la calle Lagasca, esquina o casi esquina a Padilla. Se puede ver, a la izquierda de la foto, el palacio del Marqués de Amboage, que se convertiría a finales de ese mismo año en embajada de Italia. Casi en el centro de la primera foto, parcialmente tapada por el palacete, asoma parte del ala este del colegio de Jesús María y, a su derecha, se alza el entonces nuevo edificio de Velázquez, 90 y se ven los árboles del bulevar de Velázquez y parte del jardín de la embajada. |
A pesar del gran abrigo, que más parece un capote militar, tenemos a Luis desmovilizado, juvenil y sin bigote, a la puerta de una iglesia de Santiago.
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Una soberbia caricatura de Luis hecha por su hermano Alberto, sirve para cerra este capítulo y abrir uno nuevo y mucho más prometedor, aunque la paz que empezó el 1 de abril de 1939 no podía ofrecer demasiado, aparte del cese de la contienda y del fin del terror, pero ya se contaba con que habría que reconstruir lo mucho destruído a partir de muy poco, no había recursos en una España esquilmada en sus arcas y arrasada en sus campos, pueblos y ciudades y, por si fuera poco, la segunda gran guerra europea, que luego sería mundial, ya había comenzado ese otoño del 39 con la invasión de Polonia por Alemania y el desigual asalto a Finlandia por parte de la Unión Soviética.
Entonces, a principios de 1940 no se sabía ni de lejos lo que podía ocurrir en el mundo y cómo se traducirían los acontecimientos de Europa y Asia en nuestro país, esta era una nación dolorida en la que todos, vencedores o vencidos, habián perdido mucho, desde la confianza en sus semejantes hasta muchos seres queridos y, aunque todos se esforzaban en empezar a tener algo de fe en el futuro, el desastre del presente estaba demasiado cerca como para ignorarlo. A luis, en particular, la paz le iba a tardar un poco más en llegar. Adscrito a tropas de sanidad, tendría que trabajar en las trincheras de la Casa de Campo, primera línea de fuego del frente de Madrid ininterrumpidamente desde el mismo año de 1936, retirando restos humanos para su entierro definitivo en cementerios. No es de extrañar que Luis, debilitado por las duras condiciones del frente en Teruel, terminase enfermo de las entonces mortales fiebres tifoideas, pero su recuperación, aunque lenta y dificultosa terminó por ser una gozosa realidad Pero no acabaron ahí sus infortunios, porque el paso del tiempo y la necesidad de echar una mano en casa, suopuso automáticamente tener que renunciar sus estudios de medicina y pasar a trabajar tras titularse, como sanitario o, como se decía entonces, de practicante. No era lo mismo, desde luego, pero esto le permitía estar en la profesión que más le gustaba y a sus pacientes también les debió gustar, y mucho, tenerlo como tal, porque él sí que proporcionaba seguridad a "sus" enfermos. |