-  CARLOS -  PABLO -  ALBERTO -  LUIS -  FERNANDO-  WENCESLAO -  RAFAEL -  HUGO -

    
Wenceslao se casa
    

 

  

Bueno, ya hemos visto que, aunque la guerra terminó en abril del 39, Wenceslao tuvo que cumplir unos cuantos meses de más, que en aquellos tiempos la mili duraba y duraba... También quedaba claro que aunque era espigado y buen mozo, lo de su aire militar dejaba bastante que desear, sobre todo si lo comparamos con su padre, que se lo tomaba mucho más en serio, como queda claro en estas fotografías.

Con lo cual quedaba descartada la carrera de las armas y empezaba la otra carrera, la de la vida que se les abria a ellos dos, porque Wenceslao no iba a estar solo nunca más, incluso dentro de unos cuantos años, se iban a ver los dos muy bien acompañados por un par simpar de encantadoras hijas.

Claro es que para llegar a ese punto antes se deberían contar unas cuantas cosas más.

    
     Desde luego, estaba claro que había encontrado a la mujer de sus sueños; estaba meridianamente claro que iban a ser felices, pero les quedaba todavía esperar un buen puñado de meses, incluso de años, hasta que pudieran dar el salto difícil de novios a casados, pero mientras se Wenceslao se iba abriendo camino, eran felices y estaban dispuestos a resignarse lo debido y a disfrutar de todo el tiempo disponible, exprimiéndo cada día hasta el último segundo en mutua compañía.

Y cuando no estaban juntos, recurrían al teléfono, eterno compañero de los enamorados, aunque no fuera un servicio barato, porque nada era barato en la dura posguerra de las escaseces y el racionamiento, del estraperlo y los sucedáneos.

Y el año de 1940 va pasando, muy despacito eso sí, aunque Ticu no pierde el tiempo y se entrena para cuando llegue el día.

Y también lo hace con niños de verdad, en esta ocasión con los dos sobrinos mayores, Josdechu y Carlitos, paseando por el siempre familiar Retiro, que casi era el jardín de Ticu.

Como decía Wenceslao en su album, al pie de esta foto tomada en la casa de la familia Ruiz.

    

Por las noches, en casa, dibuja escenas tan plácidas como esta de 1940.

    

Y de esta imagen no hay que decir nada porque basta con ver lo guapos que estan los dos, junto a la valla del Retiro, justo enfrente de la casa de Ticu.

Pasan los años, pero los no los sentimientos y buena prueba de ello es este dibujo de un romántico atardecer hecho por Wenceslao el quince de julio del 44.

Y se querían, que basta con ver ese rostro enamorado en estas fotos tan expresamente dedicadas de las que ya no se hacen, desgraciadamente.

  

  

  

Y LLEGÓ, POR FIN, EL ESPERADO DÍA DE LA BODA

Ante el altar, a la derecha de los novios, Hugo, Alberto, Carlos y Selina, como representación de la familia Serra Hamilton.

La larga espera ha merecido la pena, el 3 de junio de 1946, Ticu y Wenceslao han conseguido que se haga realidad toda la felicidad que siempre soñaron y eso se nota bien a las claras. Es, simplemente, un día maravilloso, mágico.

Padre e hija se dejan inmortalizar a la puerta de la iglesia.

A la salida, los padrinos hacen un alto para la foto de rigor y, tras de ellos, se asoman las caras de Paz Solís, Asunción Marcet y Pablo Serra.

Pilar Utrilla, Elisa María-Tomé y Asunción Marcet, tres espléndidas cuñadas a estrenar para el nuevo matrimonio de Wenceslao y Ticu.

  

Se cierra el relato de la boda con esta imagen del dragón, por ser el símbolo de la mejor fortuna para los chinos.
Desde luego en la boda no había ningún invitado chino, pero el dibujo en tinta china (lo más indicado) fue hecho por Wenceslao en 1930 que, como ya se ha dicho, fue un verdadero artista en la mejor tradición Serra.

  

  

  

  

SIGUE LA BUENA RACHA
LA FELICIDAD CRECE Y SE MULTIPLICA RÁPIDAMENTE

  

Antes de empezar a narar la historia de los días que vienen tras la boda, vamos a dar un pequeño salto atrás, para volvernos a situar antes, en 1945, y mostrar algunas de las cosas de ese año. La primera es este precioso retrato imaginario.
Para que no sea todo tan sencillo, no se dice aquí quién lo dibujó.

Esta felicitación de Wenceslao a Ticu sirve para subrayar el hecho de que seguimos estando en 1945, por lo menos en lo que concierne a la narracíon.

  

A finales de 1946, sin embargo, el motivo de la tarjeta ha variado sensiblemente.

  

Efectivamente, la tarjeta del 46 tenía sentido, pero la del Día de la Madre de 1947 no habla de cigüeñas, sino de la exigencia de una niña desesperada de que el biberón no llegue a tiempo y la angustia de una madre primeriza que tiene que luchar constantemente para que no se le escape la situación que, por cierto, se vino a llamar Celina para la administración, que entonces era muy rígida para los nombres foráneos, y Selina para la familia y los amigos, porque era la segunda nieta y a ésta sí que se iba a recibir el nombre de la abuela, desgraciadamente fallecida el año anterior, sin poder disfrutar de su homónima.

Selina no iba a estar sola mucho tiempo, al poco tiempo tenía a Isabel a su lado y así se quedarían las cosas, no vendrían más hermanas a dar la lata, ni tendrían que sufrir por la distancia o la separación.
Seguirían juntas de por vida, lo que prueba que el ambiente en el que vivieron su infancia fue el caldo de cultivo del verdadero y escaso amor fraterno.

Abrazadas a sus conejos de peluche, iguales los dos, casi de la talla de las niñas, para que hubiera celos.

Siguieron creciendo juntas y cuidadas, muy bien cuidadas por su madre

Vigiladas en Cercedilla por un fiero perro guardián (sería de agradecer que así lo fuese)

En compañía de la tata Dolores, bastante más flexible que cualquier madre.

  

Su padre les hacía reir dibujando sus tribulaciones.

Cantaba, tocaba el acordeón, el timple canario, hacía juegos de magía, todo lo que fuera necesario para que sus hijas y todos los niños que se acercaran, lo pasasen de maravilla.

Mandaba cartas con jeroglíficos (muy sencillos y graciosos) para contarles lo que hacía en Madrid mientras ellas veraneaban en Comillas.

En esa Comillas a la que de vez en cuando vuelven, aunque la casa de sus abuelos ya no sea la misma casa de sus veranos.
Isabel al pie de la casa, ahora transformada en hotel rural.

    

    

    

EL REFUGIO DE COLMENAR

Comillas se cambió favorablemente por el más cercano Colmenar y fue muy buen cambio de la mano de Wenceslao y Ticu.

Con paciencia y trabajo, el seco terreno de la sierra madrileña se convirtió en un jardín subtropical.
Ticu y Wenceslao con Paz Solís.

Las hermanas crecían y crecían, manteniendo el espíritu de unión familiar que impregnó sus vidas.

Eso es lo que má le gustaba a su tío Carlos que, en cuanto podía, se iba a verlas, bueno también a sus padres, claro.

En noviembre de 1982, Selina se casó con Miguel Zavala Richi. Desgraciadamente, no mucho después, el 19 de febrero de 1985, el avión en el que viajaba Miguel, se estrelló contra una antena de comunicaciones en la cima del monte Oiz, poco antes de llegar al aeropuerto de Sondica.En el accidente pereció la tripulación y el pasaje, 148 personas en total.



    

    

Se sentía que ya no estaban Wnceslao ni Ticu. Hasta el abeto de la esquina noroeste del jardín, salvado por Wenceslao de una segura la desaparaición después de cumplir su breve papel en unas Navidades de casi 30 años antes, se había venido abajo en una tremenda tormenta de verano, como si no quisiera seguir en pie sin él.

El 27 de junio de 1999, Selina y Jesús Uribe Echaburu se casaron, poco antes de que llegase el mágico 2000.

Y las hermanas siguieron juntas.

En Carrejo, celebrando el 90 cumpleaños del tío Javier y sus bodas de oro, en la puerta de la casa solariega que Javier reconstruyó a lo largo de muchos años de dedicación.

Las dos hermanas en la fiesta de Carrejo dando escolta de honor a Rafael, Cristina y Jesús.

El matrimonio Uribe-Serra, con Rafael y Lourdes en las carpas del jardín de Carrejo, en agosto de 2008.

Ana María y Javier, rodeados de sus sobrinos.

Y siempre estará la florida casa de Colmenar, cada día más bonita.

Una casa abierta a todos los primos.
De izquierda a derecha. Mariví, Selina, Lourdes, Rafael, Cristina, Isabel, Jesús Uribe, Beatriz y Alberto.
Está claro que la foto la hizo Cristina Vallejo, que es la que falta por posar.

La venerable casa de Menéndez Pelayo, que se asoma a Lope de Rueda para llevar la contraria al cartero.
La casa que ha logrado pasar de abuelos a hijos y de hijos a nietos.

En la casa donde pasamos tan buenos ratos, por ejemplo Carlos Serra y Lourdes Gómez Gras, mientras Rafael Serra se encarga de la foto.

Puede ser que los muebles hayan cambiado de sitio, pero el espíritu permanece...

aunque sea dentro de una jaima...

... o en el entorno del Sáhara,

  



  

Para terminar hay que dejar constancia de que las Serra Ruiz...

... también son encantadoras fuera de casa...

... como cuando nos reunimos los Serra Hamilton a comer, con Copín Albert Hamilton...

... y Javier Serra como jóvenes promesas.

Hay que reconocer que hicimos una buena boda al casar a Selina con Jesús Uribe, un tío formidable...

... pero tampoco tiene tanto mérito, que es casi de Bilbao.

  



  

  

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